Antologías

Appareo [3.0]

Eva no volvió a dar señales de vida. Nunca llegó a recibir mi mensaje y, cuando intenté contactar con ella a través de Appareo, su perfil había desaparecido. Ni rastro de ella. Tampoco podía echárselo en cara, no había mentido en ningún momento. En su perfil lo había especificado claramente: «Rollito». Era yo quien no había entendido las normas del juego y me había emocionado tras la ruta sexual por mi edificio.

El segundo fracaso en Appareo me jodió mucho más que el primero. Era de esperar. Ahora, era yo el candidato descartado. Tenía el mismo valor que cualquier otro producto de internet. Podía ser adquirido, descartado o incluso devuelto. Mi destino se escribía a golpe de click. Y, hasta entonces, no me di cuenta de que nadie estaba a salvo en la aplicación. No había bandos. Era un todos contra todos.

Decidí desconectarme durante un par de días. Aunque no me resultó fácil, tenía que volver a mi vida. Aquella dinámica no me estaba haciendo ningún bien. En muy poco tiempo, había llegado a obsesionarme con encontrar pareja. Durante semanas, no me había molestado en hacer vida más allá de la aplicación. Además, antes de registrarme en Appareo, era feliz; soltero, pero feliz. Nunca había necesitado estar conectado a una aplicación durante horas para sentirme realizado y, menos aún, para creer en mí. Ya era suficiente. Lo había intentado y no había funcionado. Entonces, San Valentín invadió la ciudad y todos mis buenos propósitos se fueron a la mierda. 

Todo empezó con una notificación. En ella, Appareo informaba sobre una promoción inédita con motivo de la fiesta de los enamorados. Durante una semana, permitiría a los usuarios de la plataforma entablar conversaciones, sin necesidad de haber mostrado interés mutuo previamente. No fui capaz de dejarlo pasar. Justifiqué mi recaída, tomando aquel mensaje como una señal del destino. Tenía que intentarlo, al menos, una última vez.

Volver a conectarme a Appareo podía parecer un sinsentido, pero confiaba en que ya solo podían pasarme cosas buenas. Soy humano y, aunque me costase reconocerlo, desde que entré en la aplicación, de tanto pensarlo, me había quedado con ganas de reservar para dos; ir acompañado a una boda; dejar de hacerme fotos solo, e incluso quedarme en casa un viernes por la noche discutiendo sobre qué película ver.  

Aquella semana fue un no parar. Todo era recibir y contestar mensajes. A diestro y siniestro. No había filtro ninguno y todo el mundo andaba desesperado, escogiendo, sin ningún límite, entre los candidatos ofertados. Era incapaz de concentrarme en otra cosa.  Llegué a dejar de lado mis entregas, culpando de mi retraso a un falso virus que nunca tuve. Con aquella promoción, Appareo había logrado su objetivo: arrastrarme de una manera aún más obsesiva a la búsqueda del amor. En ese momento, en plena sobredosis, apareció Margarita.

La conocí en el váter. Bueno, mejor dicho, mientras estaba sentado sobre el retrete. Ni siquiera en ese momento desconectaba de la aplicación. Estaba ocupado desplazando de mi vida a un par de chicas cuando recibí su primer mensaje. Antes de contestar, visité su perfil —necesitaba ver su cara, analizar con quién iba a hablar—. Me gustaron mucho sus fotos. Era una chica bastante normal, pero a la vez llamaba la atención. Abanderada del menos es más, Margarita era una chica sencilla, con gustos comunes y «ganas de compartir una bonita aventura», según confesaba en su descripción. Como diría mi amigo Tino, era «prototipo novia total». No pude levantarme del retrete sin responder a su mensaje.

Margarita parecía tener claro lo que quería en la vida. Era la mayor de cuatro hermanos y participaba en numerosos proyectos sociales. Acababa de terminar un máster y se encontraba buscando trabajo. Durante varios días, nos escribimos sin parar. Nos deseábamos las buenas noches y, al día siguiente, volvíamos a la carga dándonos los buenos días. Tenía miedo de conocerla en persona. No quería estropear las cosas y, después de mis dos experiencias anteriores, la cita era un prueba de fuego que nunca había llegado a superar. Pero Margarita insistió, quería que nos conociésemos y yo fui incapaz de negarme. A la hora de concretar el lugar de nuestro encuentro, con intención de mejorar mi suerte, decidí dejar que fuese ella quien escogiese dónde vernos. «Mañana por la tarde tengo una entrevista cerca de tu casa. Si te apetece, podemos quedar por allí», me dijo. Hasta cuando lo evitaba, acababa recluido en mi zona. Parecía estar destinado a tener todas mis citas allí. La idea no me emocionaba demasiado, pero no quise darle más vueltas. Una vez más, propuse el bar de debajo de mi casa, era el mejor del barrio; no había comparación. A Margarita le pareció una idea estupenda, de manera que así quedó la cosa. El día siguiente, San Valentín, conocería en persona a Margarita y, con un poco de suerte, abandonaría la aplicación para siempre.

Bajé al bar media hora antes. Estaba bastante nervioso y necesitaba tomarme una cerveza para relajarme. Entré al local y me senté en uno de los taburetes de la barra. Me atendió uno de los camareros más veteranos —nunca lo había preguntado, pero juraría que era el jefe—. Cuando tuve la cerveza entre mis manos, observé a mi alrededor. No vi a la camarera por ningún lado. Aquello me extrañó, solía estar siempre por allí. «Tendrá el día libre», pensé, sin darle más importancia. Continué bebiéndome la cerveza mientras, poco a poco, se iba deshaciendo el nudo que se había formado en mi estómago unas horas antes.

Cuando Margarita llegó, apenas la reconocí. Enfundada en un abrigo oscuro y excesivamente pintada, intentaba caminar sobre sus tacones sin tropezarse. Supuse que aquel disfraz se debería a la entrevista de trabajo. Tras saludarnos, se quitó el abrigo y se sentó en uno de los taburetes de la barra. El camarero se acercó para tomarle nota. Antes de decidirse por una copa de vino blanco, confesó que no solía beber, pero que hoy haría una excepción.

Empezamos a charlar. Se reía mucho, por todo. En ese momento, pensé que estaría nerviosa. Le pregunté por su entrevista y, sin entrar demasiado en detalles, dijo que había ido bien. Pedimos una ronda más y luego una tercera. Estaba a gusto con ella, sin embargo, la notaba inquieta. Era raro, la veía algo forzada, daba la impresión de que no quería estar allí. Sorbo a sorbo, su risa nerviosa fue desapareciendo y podía notar como Margarita iba recluyéndose, cada vez más, en sus pensamientos. De repente, sin venir a cuento, mientras hablábamos sobre la aplicación, miró al suelo y empezó a llorar. En ese momento, me sentí culpable por haberla animado a seguir tomando vinos.

—Lo siento, no puedo seguir con esto… Si es que soy patética, de verdad. ¡Qué pena doy!

—Eh… Margarita, tranquila. Cuéntame, ¿es por la entrevista?—pregunté mientras rodeaba sus hombros con mi brazo.

—Soy tonta, tonta de remate…

—¿Tan mal ha ido?

—Si es que ni siquiera he tenido una entrevista… —Instintivamente, retiré mi brazo de sus hombros.

—¿Cómo?

—A ver… —Se limpió las lágrimas antes de levantar la cabeza—. Que yo no quiero esto. Yo era feliz con mi vida.

—Oye, si no estás a gusto no pasa nada… —Mi cita se estaba yendo a tomar por saco, estaba claro—. Esto solo es una toma de contacto, podemos dejarlo para otro día o… lo que sea.

—Que no, que no es eso. Eres un tío estupendo, Pablo. Me ha encantado conocerte y nuestras charlas durante estos días. Pero es que yo quiero a mi novio, ¿sabes? —«No me jodas… Esto tiene que ser una broma», pensé—. No es culpa tuya de verdad. Me siento súper mal. —«No, claro que sí; la culpa es mía por gilipollas». Durante unos segundos, permanecí en silencio. No sabía que decir. Solo tenía una duda, y me aventuré a resolverla:

—Entonces, ¿qué hacías buscando chicos en Appareo?

—Por él. Todo por él. Como siempre.

—Margarita, honestamente, no entiendo nada.

—Perdona. Anda que vaya pollo estoy montando… —dijo antes de taparse la cara con la mano durante unos segundos— Madre mía, y tú aquí soportándome, pobre… —Cogió aire antes de seguir—. Mi novio es que es un sin vergüenza. Y un guarro, vamos. En verdad, lo llego a saber y… desde luego, no dejo a Pepe por él.

—Pero, ¿qué te ha hecho tu novio?

—¿Qué me ha hecho? Pues mira, empezó con los juguetitos, para «probar cosas nuevas», decía.

—Te refieres a juguetes…

—Sí, juguetes sexuales de esos.

—Entiendo.

—Yo nunca he sido muy de esas cosas, pero bueno, por él, lo hice. No te voy a mentir, tienen su gracia, pero yo soy más tradicional. Claro, yo pensaba que después de usarlos un par de veces se le quitaría la tontería, pero no. Todo fue a más. Era incapaz de hacer nuestras cosas como siempre, él y yo. Y empezó a fantasear que si con tríos, intercambios de pareja, y cosas de esas. —«Esto es de coña. Justo lo que me faltaba a mí: ser el tercero en discordia de una pareja insatisfecha…», pensé —. Hasta que, hace un par de meses, me propuso que fuéramos una pareja abierta. «Está muy de moda. Sé moderna», me decía el muy cerdo. Entonces, nos registramos en Appareo, cada uno por su lado, para conocer a otra gente y tener aventurillas fuera de la pareja. Y, hasta día de hoy creo que lo único que está abierto es su bragueta para pasear el pito por ahí e irse con cualquiera sin remordimiento de conciencia. —«¿Qué coño habré hecho yo mal? ¿No había nadie normal en Appareo?», me pregunté, mientras seguía asimilando su confesión—. Porque yo, incapaz de irme con otro. Y mira que lo he intentado. Porque no eres el primer chico con el que hablo desde su propuesta, ¿eh? Con el primero con el que quedo sí, y mira las pintas que me he puesto… Pero vamos, que no, que ya he comprobado que no soy capaz.

—Margarita, no te agobies. No pasa nada, de verdad. Lo entiendo. —¿Qué le iba a decir? «Muchas gracias por hacerme perder el tiempo. Espero que tu novio no se folle a muchas tías». Tampoco iba regodearme en su crisis de pareja. Bastante tenía Margarita con estar enamorada de un tío con gustos tan diferentes a los suyos.

—Gracias, Pablo. No sabes que peso me quitas de encima… —Metió su mano en el bolso— Déjame invitarte a esto, por el numerito.

—No te preocupes, está bien. Esto corre de mi cuenta.

—Eres un encanto— dijo, tras levantarse del taburete y darme un beso en la mejilla—. Ahora mismo me voy a ver a mi novio y decirle que esto no puede seguir así. —Salió a toda prisa por la puerta. No sabía cómo acabaría la cosa. Aunque, en realidad, me importaba bastante poco. Aquella no era mi guerra.

Al quedarme solo, llamé al camarero.

—Qué te falta.

—La cuenta, por favor.  

—Marchando. —Se volvió y tecleó un par de veces la pantalla de la caja. Una vez tuvo el ticket impreso, me lo entregó—. Eran tres vinos y tres cervezas, ¿no?

—Sí, justo. Por cierto, ¿tu compañera no trabaja hoy?

—Qué va, ha dejado el curro.

—Anda, ¿y eso? 

—Pues nah, lo típico. Ya había hecho lo que tenia que hacer por aquí.

—Vaya…

—Sí, la verdad que era una chica estupenda. Pero estaba buscando algo de lo suyo y no le salía nada. Así que se ha vuelto a casa. Vivir en esta ciudad sale muy caro, macho.

—La verdad es que sí.   

—Vosotros… —empezó a decir antes de juntar sus dedos índices una y otra vez. No respondí hasta que entendí a qué se refería:

—No, no… Para nada.

—Esta niña… Siempre fue muy cortadita, pero confiábamos en que se soltaría la melena —No estaba seguro de dónde quería ir a parar—. Era la comidilla de la barra —añadió entre risas—. La delicadeza con la que te preparaba todo; siempre atenta a lo que necesitases, y cómo te miraba, macho. —Me quedé mudo. Me había tratado siempre de lujo, pero nunca pensé que fuera algo más. Quizás, de haberlo sabido antes… —Aunque, tú, últimamente, no te puedes quejar, ¿eh? ¡Te hemos visto muy bien acompañado! —dijo, dándome un par de palmaditas en el brazo.

—Si yo te contara… —Sin dar más detalles de mis citas, pagué lo que se debía, me despedí y salí del bar.  

En la puerta del local, me saqué el teléfono del bolsillo y entré en Appareo. Borré mi perfil y después desinstalé la aplicación. Al hacerlo, me sentí aliviado. Había perdido, lo reconozco, pero asumía mi derrota y todas sus consecuencias. Guardé de nuevo el móvil y me eché a andar.

Durante el paseo decidí que había llegado el momento de pasar página. Quería olvidarme de Appareo y empezar una nueva etapa lejos de allí. Así que, aquella misma noche, me puse a buscar piso, ilusionado con la idea de dar con un nuevo bar por descubrir.

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