Appareo [2.0]

Deshacerme de Andrea no fue una tarea muy agradable. Debo confesar que, después de nuestra cita, nos escribimos varias veces. Ella me contaba chifladuras de las suyas e insistía en volver a verme. Yo, por mi parte, me limitaba a responder con monosílabos a los que no añadía ni un compasivo emoticono. Se llegó a poner muy pesada. Me preguntaba si seguía usando la aplicación y si estaba viendo a otras chicas. En su último mensaje, me dijo que había tenido un sueño muy extraño y que necesitaba verme para comentármelo. Ni me molesté en responder.
Tras el episodio vivido con Andrea, seguía sin tener claras muchas cosas. Aún no confiaba plenamente en Appareo, pero tenía la extraña necesidad de continuar formando parte de la aplicación y ver qué podía ofrecerme. Seguía sin entender por qué era tan popular aunque, poco a poco, empecé a entablar una complicada relación de amor-odio con ella. Cuanto más la usaba, más me gustaba y, a la vez, más idiota me sentía por ello. ¿Qué hacia yo perdiendo el tiempo usando esta mierda? No tenía claro si se nutría de nuestra soledad, la falta de autoestima, el miedo al rechazo o las ganas de follar sin pagar. Pero ahí estábamos, miles de usuarios de todo el planeta, viciados, derrochando horas de nuestros días en busca del mejor postor; digo, de nuestro gran amor.
Comencé a obsesionarme con encontrar un perfil afín y tener una cita Appareo en condiciones. Y, si la cosa iba bien, empezar una bonita aventura. Sí, yo, el eterno soltero bajaba mis armas y virtualizaba mis emociones dejándome llevar por los consejos y sugerencias de la celestina más popular del siglo veintiuno. Si mis amigos me vieran… estarían orgullosos de mí.
No me despegaba del teléfono en todo el día. Era raro que estuviese más de dos horas fuera de la aplicación. Ojeaba, descartada y tildaba, a conveniencia. Esta vez, tenía yo el mando y, a modo de amuleto, establecía los filtros necesarios para evitar a otra bruja. Charlé con varias chicas. Todas ellas, bastante parecidas. Estaba claro que Appareo empezaba a pillarme el punto y quería facilitarme el trabajo. O eso pensaba yo.
Entre unas y otras, «qué buscas» y «qué te gusta hacer» apareció Eva. Se describía como «Rollito». Así, a pelo, sin añadir nada más. En sus fotos salía siempre sola y, de fondo, Manhattan, el Taj Majal e, incluso, el Masái Mara. Aquellos paisajes le sentaban bien, aunque ella no tenía ningún desperdicio. Su centro de estudios, una prestigiosa escuela de negocios. Con toda aquella información, supuse que Eva, a sus veintisiete años, era una exitosa ejecutiva. Y acerté.

Era distante, reservada y bastante directa. No se molestó en escribir una palabra innecesaria o añadir un «ja» de más para intimar. A su favor, decir que me gustó que evitase las preguntas típicas entre los usuarios de la plataforma —aquellas que, poco a poco, iban sumergiendo a los interlocutores en un peligroso fango del que no siempre resulta fácil salir—. Tras superar su particular test de compatibilidad, me propuso conocernos en persona aquella misma noche. «Suelo salir muy tarde de la oficina, pero puedo hacer una excepción si te apetece quedar», escribió. Ni me lo pensé. Digamos que sentí la necesidad de ayudarle a combatir su adicción al trabajo. Eso sí, una vez más, escogí yo el lugar de encuentro: el bar de al lado de mi casa. Tenía que dominar la situación, lo intuía. Si no, Eva acabaría conmigo antes de empezar. Cuando aceptó mi propuesta, me sentí orgulloso de haber tomado las riendas.
Al llegar al bar, me encontré a Eva fumando, envuelta en un abultado abrigo de piel, junto al quicio de la puerta. «Ya estás aquí…», dijo a modo de saludo. Parecía llevar tiempo esperando, pero yo juraría que no me había retrasado ni un minuto. Me propuso quedarnos fuera, en una de las mesas altas que había delante de la puerta. No puse ningún inconveniente. Febrero había llegado disfrazado de primavera y estar fuera no era una idea descabellada. Escogimos una mesa, Eva depositó sus dos teléfonos móviles sobre ella, se sentó en un taburete y cruzó las piernas. Tardaron más de lo habitual en atendernos. Cuando llevábamos quince minutos esperando, apareció la camarera, disfrazada con una sonrisa, intentando disimular su agobio. Tan amable como siempre, nos preguntó qué queríamos tomar. Eva, sin dignarse a dirigirle la mirada, pidió un gin-tonic. «Cargadito, ¿vale?», indicó. Yo pedí una cerveza. En un par de minutos, tuvimos nuestras consumiciones en la mesa junto a una de mis tapas favoritas del bar: un riquísimo chorizo picante. Antes de lanzarme a por él, le ofrecí a Eva el plato para que cogiese un trozo.
—No soy yo muy de chorizo y cosas de esas…
—Bueno, le podemos pedir otra cosa. —Me giré para buscar a la camarera—. ¡Perdona! —grité, para llamar su atención—. ¿Nos podrías cambiar el chorizo por otra cosa?
—Claro, sin problema. ¿Unas aceitunas?
—¿Te apetecen? —le pregunté a Eva.
—Mejor que el chorizo, sí.
En ningún momento mostró interés en mi vida. Era como si yo no pintase nada en aquella ecuación. Aquí la importante era ella y no pretendía cederme ni un ápice de protagonismo. Orgullosa de su puesto en una gran multinacional, Eva apenas respiró mientras me hablaba de lo complicado que era su día a día, lo poco que dormía, las numerosas actividades deportivas a las que asistía, lo buena profesional que era y la de responsabilidades que asumió al aceptar su último ascenso. Todo muy emocionante. Mientras hablaba, yo me dedicaba a observarla. Era elegante, estilizada y simétrica. Muy simétrica. Se notaba que dedicaba mucho tiempo a cuidar su aspecto físico. No era nada fea, pero tenía cara de mala. Eso era así.
No tardó nada en terminarse el gin-tonic. Ante la falta de alcohol en su copa, hizo un gesto con la mano para indicarle a la camarera que quería otro. Cinco minutos más tarde, Eva saboreaba su segunda copa. No dejaba de fumar, pero lo hacía con asco, como si estuviese obligada a empalmar un cigarrillo con otro. De vez en cuando, se quedaba mirándome fijamente. Parecía analizar cada una de las células que componían mi vulgar cuerpo. Después, apartaba la vista y continuaba bebiendo.
Dos horas más tarde, las aceitunas seguían ahí, intactas. En ese momento me arrepentí de haber dejado escapar la tapa de chorizo. Llegué a perder la cuenta de las copas que había tomado Eva. El ritmo que llevaba era una locura. Era incapaz de seguirla, y eso que yo iba a cervezas. Aún así, debía mantener el tipo.
—¿Quieres tomar otra más? —pregunté, intentando no trabarme.
—Estoy un poco cansada de este sitio…
—¿No te gusta?
—No sé… La niña que atiende me pone un poquito nerviosa. No me tira antes la copa encima de milagro. Y no sabes la pasta que me ha costado este abrigo… La tendrán aquí porque es monilla, pero no tiene ni puta idea de servir.
—Hoy esta muy lleno. Estará agobiada…
—Como todos. No es excusa. Cuando yo estoy agobiada y no llego, ¿te crees que alguien se apiada de mí? Ya te digo yo que no.
—Ya, si no te lo niego. Pero hoy, con el jaleo que hay y todo eso, se complica un poco todo… —Tras mi breve discurso de defensa, cogí una aceituna.
—Bueno, tampoco es mi problema. —Dio un sorbo a su copa y sacó otro cigarrillo, lo colgó de su labio inferior y lo encendió desinteresadamente. —Además, yo lo que quiero es echar un polvo —dijo, antes de echarme el humo en la cara. Me atraganté—. Las cosas claras. No te voy a engañar. La suma de factores que integran mi vida ahora mismo es demasiado estresante como para andarme con mareos. Si te apetece, podemos ir a algún lado más tranquilo y pasar un buen rato juntos.
—Esto… yo también —respondí, antes de tragar saliva.
—Tú también, ¿qué?— Estaba acojonado. Parecía estar echándome la bronca.
—Que yo también…—Miré a mi alrededor y, antes de seguir, bajé el tono de voz— Quiero echar un polvo. —No quería que nadie me oyese. Y, menos aún, los empleados del bar.
—Pues ya está. No hay más que hablar. —Dirigió su mirada a la camarera y, con el brazo en alto, gritó—: ¡La cuenta!
No tardamos en llegar a mi edificio. Una vez dentro, fuimos hacia el ascensor y nos subimos en la cabina. Eva observó los diferentes botones y pulsó el sexto.
—Es el tercero… —dije antes de que se lanzase sobre mí. Me engulló, y después, se dio la vuelta, apretando su cintura contra la mía, mientras no dejaba de decir: «El cuello, el cuello…». Obediente, cumplí sus ordenes, empujándola con el peso de mi cuerpo contra el espejo del ascensor, sin separar en ningún momento mi boca de su cuello. Me estaba comiendo todos los pelos del abrigo. Eva pareció darse cuenta y, cuando íbamos por el cuarto, se lo quitó y lo tiró al suelo. No debía ser tan caro como decía.
Al llegar al sexto piso, se giró y me empujó fuera de la cabina.
—No, no, mi piso es el tercero… —repetí, intentando despegarme de ella.
—¿Quién ha dicho que vayamos a tu piso? —preguntó, recogiendo su abrigo del suelo, antes de devorarme de nuevo— ¿Eso a dónde lleva?—Señaló las escaleras que comunicaban el sexto con la planta superior.
—A la azotea…
—¡Vamos!
Fui un mandado y allí acabamos. Seguí todas las órdenes que me iba dictando. El juego era muy simple. Debía tomar el control de su cuerpo y satisfacer todos sus deseos.
Al acabar, mientras se subía las medias, entre jadeos, aproveché el momento para hacer una petición:
—¿Me das tu número?
—Yo no soy de novios.
—Bueno, pero igual otro día te apetece repetir, un poquito de azotea y eso…—Levanté las cejas, intentando hacerme el interesante.
—Apunta anda… —Empezó a dictar su teléfono de carrerilla y, a dos números del final, hizo una breve pausa. Después, añadió—: tres, uno.
—¡Ya estamos en contacto!
—Sí, sí, no te preocupes —respondió antes de comenzar a bajar las escaleras. Yo aún estaba desvestido, con la camisa abierta y los pantalones perdidos por el suelo.
—Espera, que te acompaño al portal —dije mientras me abrochaba la camisa.
—Ya me sé el camino, gracias. —respondió, acelerando el paso.
Al bajar a mi piso, me tiré en el sofá y durante unos segundos me recreé pensando en lo que acababa de pasar. Cogí mi teléfono y le escribí: «Me ha encantado conocerte, Eva. Espero que volvamos a vernos pronto :)» Dejé el móvil a mi lado para estar pendiente de su respuesta. Y me quedé dormido, esperando un mensaje que nunca llegaría.
[Continuará…]

👏👏
Cuando tenemos la parte 2?