Antologías

La última actualización

Las nuevas tecnologías y los modelos de negocio derivados de ellas trajeron el éxito a Hugo. Gracias a su pasión por la comunicación digital, su gran idea fue posible. Comenzó con poco dinero, muchas ganas y el apoyo incondicional de Elsa, su novia desde el instituto. Estos fueron los ingredientes fundamentales para que, en tan solo unos meses, crease su propia startup: una innovadora empresa de reparto que se convirtió en toda una revolución.

El lanzamiento de la empresa al mercado cambió por completo la vida de Hugo. De ser un joven cualquiera, procedente de un modesto barrio de Madrid, pasó a convertirse en uno de los personajes más influyentes del panorama empresarial de su país. Debido a su éxito, aprovechaba las redes sociales para crear un personaje ficticio, la cara del éxito, que orientaba a otros jóvenes sobre cómo llevar a cabo sus negocios, resolvía sus dudas y, entretanto, hacía público su día a día. Tenía un gran número de seguidores, fruto de esa extraña mezcla de envidia y admiración que la gente siente por los pocos que han conseguido cumplir sus sueños, y más aún si son jóvenes y famosos.

El último año de carrera, Hugo anunció a sus padres que estaba trabajando en algo especial, un proyecto que le iba a permitir brillar más que al resto de sus compañeros. Al principio, sus progenitores no estuvieron muy convencidos con el proyecto y no le hicieron demasiado caso. Hugo les pidió que, simplemente, confiasen en él; y así lo hicieron. Les explicó que, durante un tiempo, dejaría el mundo de las prácticas laborales, donde sus funciones se limitaban a crear hojas de cálculo y presentaciones, para dedicarse por completo a desarrollar su nueva empresa.

Por aquel entonces, Elsa ya se había graduado en Magisterio y luchaba por hacerse un hueco en el complicado mundo del funcionariado público. Elsa era el mejor apoyo para Hugo. Le ayudaba a levantarse cuando se caía y le hacía poner los pies sobre la tierra cuando fantaseaba. A pesar de los múltiples proyectos frustrados que Hugo había intentado desarrollar en el pasado, Elsa sabía que, al final, todos sus esfuerzos serían recompensados. Y así fue.

Durante semanas, Hugo se dedicó en cuerpo y alma a crear su negocio. Autodidacta, el joven se empapó de conocimiento a través de manuales, tutoriales y las experiencias de otros jóvenes emprendedores que le sirvieron de inspiración. Tras el lanzamiento, en poco tiempo, la popularidad de su app subió como la espuma, llegando a liderar la lista de las aplicaciones más descargadas. El negocio empezaba a dar sus frutos. Muchos más de los que él esperaba. 

Gracias a los beneficios que había cosechado su proyecto, Hugo empezó a llevar la vida de joven exitoso que sentía que se había ganado a pulso. Ropa de marca, cenas en los mejores restaurantes de la ciudad y toda clase de lujos. Elsa reconocía cada vez menos a su novio. El dinero y la fama parecían haberse apoderado de él. En su interior, se repetía una y otra vez que Hugo no era así, que tan solo era la vía de escape de toda la tensión acumulada durante el tiempo que había dedicado a crear el proyecto.

Al no conseguir una plaza para trabajar en alguna escuela pública, Elsa aceptó una oferta de empleo procedente de un centro de educación infantil y primaria privado. Cuando le dio la noticia a Hugo, él apenas mostró interés. Solamente le importaba donde irían a cenar aquella noche para hacerse fotos y promocionar su aplicación.

En aquella época, mucha gente quería acercarse a Hugo. El siempre invitaba o, como mínimo, abría puertas exclusivas reservadas para la «gente guapa» de la ciudad. Así fue como se dejó llevar, tanto como para engañar una y otra vez a Elsa. No le importaba traicionarla, el resto de chicas sólo eran un entretenimiento para él; no eran como ella. Pero cuando Elsa se enteró de sus continuas traiciones, no estuvo de acuerdo con aquel frívolo planteamiento. En verdad, él se arrepentía de lo ocurrido, pero no podía controlar a la bestia que había liberado. «Creo que es mejor que nuestros caminos se separen. Lo siento», le dijo ella entre lágrimas la última vez que se vieron. Él, orgulloso, incapaz de reconocer su error, se repetía una y otra vez que encontraría a alguien mejor.

No era capaz de asumir que Elsa no quisiera permanecer a su lado, justo ahora que todo le iba tan bien. Se sentía furioso y, sobretodo, traicionado. Pensaba que el único interés de la chica era aplastar todos los logros que tanto trabajo le habían costado.

Poco a poco, Hugo fue aceptando la situación. Lo único que sabía de Elsa era lo que sus amigos en común le comentaban o lo que el ojeaba en las redes sociales. No quiso borrarla de sus contactos, le interesaba saber si seguía su actividad, si se interesaba por él. Aunque no lo admitía en público, aquella conexión virtual era su particular manera de sentir cerca a Elsa.

Una noche de febrero, Hugo fue a cenar con una de sus nuevas conquistas. Había cogido la costumbre de repetir primeras citas pero nunca compañía. Los primeros encuentros eran fáciles, rápidos e indoloros. Así, ni perdía el tiempo ni tenía que esforzarse en disimular su desinterés en ellas.

Recogió a la joven en un vehículo privado de alquiler y fueron juntos a Pizpireta, uno de los restaurantes de moda de Madrid. El establecimiento ofrecía a los clientes la posibilidad de cenar en un ambiente sofisticado que posteriormente se transformaba en un moderno local donde disfrutar de las primeras copas de la noche. Normalmente era complicado conseguir una mesa en aquel establecimiento si no era por reserva previa o gracias al favor de algún contacto.

El chofer aparcó en la puerta del restaurante. Un gran número de jóvenes se concentraba en la entrada del local. Bajaron del coche. Cuando se disponía a entrar a Pizpireta, Hugo vio a Elsa. Estaba junto a su mejor amiga, Clara. Parecía que esperaban para obtener una mesa. Se acercó a ellas junto con su cita.

—¡Elsa! ¡Qué sorpresa!

—Hola, Hugo —respondió ella mientras inspeccionaba a su acompañante de la cabeza a los pies.

—¿Qué tal te va todo? —preguntó interesado

—Bien. Sigo en el cole con mis niños, muy feliz. No puedo quejarme.

—Me alegro mucho. Bueno, nosotros deberíamos ir entrando —dijo mirando a su acompañante.

—Muy bien —respondió Elsa con falsedad.

—¿Vosotras cenáis aquí también?

—Bueno, en realidad… —empezó a decir ella.

—No. No hay mesas disponibles —le interrumpió su amiga.

—¿En serio? Sabéis que eso no es problema. Puedo hablar con el encargado. Es amigo mío —propuso con arrogancia.

—No, gracias —respondió Elsa.

—Hombre, por intentarlo no pasa nada, ¿no? —cuestionó Clara. Elsa dio un codazo a su amiga.

—Gracias, pero nos vamos. Pasadlo bien.

Las dos jóvenes comenzaron a caminar por la calle rumbo a un restaurante de comida rápida situado a escasos metros de Pizpireta. Hugo y su acompañante entraron al exclusivo local a disfrutar de la velada rodeados de numerosas caras conocidas de la ciudad.

Durante toda la cena, Hugo estuvo mirando el móvil sin prestar atención a su cita. Era una joven alta, morena, realmente atractiva, pero sus conversaciones eran frías y superficiales. No tenían ningún interés para él. Su único propósito era ser visto, una noche más, en excelente compañía. Mientras daba vueltas a las novedades que incluiría la siguiente actualización de su aplicación, el encuentro con Elsa vino a su mente. Le había resultado extraño y agradable al mismo tiempo. Era la primera vez que la veía tras su despedida y le había hecho ilusión.

Después de disfrutar de la transformación del local, y digerir la cena con un par de combinados, Hugo llevó a la joven a su ático. No le apetecía volver solo a casa tras el encuentro con su expareja. Estaba seguro de que aquella chica sería su mejor distracción. Sin embargo, no consiguió pegar ojo en toda la noche pensando en Elsa.

Mientras su invitada dormía, él fue al salón a investigar con su ordenador el día a día de su exnovia. Aquel casual y breve encuentro había encendido algo en su interior, un sentimiento que creía muerto y que no sabía cómo controlar. Los recuerdos de su pasado pusieron en duda la felicidad que le producía su nuevo estilo de vida. Tenía todo y sus sueños se habían cumplido, pero ella no estaba a su lado.

—Creo que tienes algo pendiente con esa amiga tuya —afirmó la chica que le había acompañado a casa desde el marco de la puerta del salón. Había envuelto su cuerpo desnudo con una de las sábanas de la cama.

—¿No deberías irte ya? —preguntó Hugo con frialdad—. Esto no es una pensión. No doy desayunos. —Se giró de nuevo para seguir observando la pantalla del ordenador—. Y, por favor, la sábana la dejas colocada en su sitio. Gracias —dijo Hugo sin apartar la mirada de la pantalla.

—Imbécil —susurró ella indignada—. Tranquilo, ya me voy —anunció mientras se dirigía a la habitación.

Los siguientes días, Hugo pensó como podía organizar un encuentro con Elsa. La conocía bien y, si no había cambiado, sabía que no le gustaría que fuese convencional. Investigó en las redes sociales para recordar el nombre y la dirección de la escuela infantil en la que trabajaba. Cuando consiguió estos datos, fue directo a una librería y compró un ejemplar de El Principito, su libro preferido. Pasó una tarde entera dedicándole el volumen. No era una dedicatoria cualquiera, subrayó las frases y fragmentos que más le gustaban y escribió comentarios en los márgenes. Envolvió el libro en papel de periódico. A Elsa le encantaban los envoltorios originales y sencillos. En una simple etiqueta blanca escribió su nombre. Dentro del libro, había redactado, junto a la dirección de su ático, un breve escrito en el que la invitaba a encontrarse con él aquella noche. Cuando el paquete estuvo listo lo llevó hasta el colegio donde trabajaba.

En las semanas previas a su separación, Elsa insistía en que parecía que solo eran felices cuando estaban solos, apartados de todo lo demás. «Ojalá pudiéramos coger un cohete e irnos lejos, muy lejos», repetía ella una y otra vez. Con esta idea en mente, convirtió su salón en aquel espacio alejado, en un lugar donde esconderse.

Llenó la estancia con libros, pero no de cualquier tipo, los favoritos de Elsa: poemarios en prosa. También compró los dvd de sus películas preferidas, aquellas de la lista de «películas románticas diferentes» que confeccionaron juntos durante sus años de noviazgo. Había encargado el mejor sushi de la ciudad, el único capricho gastronómico de Elsa, y un excelente vino blanco para acompañarlo. Reguló la luz del salón para que fuera más acogedora y colocó algunas velas en lugares estratégicos para dar un toque romántico a la estancia.

Había convertido su salón en un pequeño oasis dedicado a ella, como tributo al tiempo que compartieron juntos. La habitación se había transformado en el rincón con el que Hugo pretendía reconquistar a Elsa, traerla de nuevo a su vida. Necesitaba compartir con ella todo eso de nuevo y ser Hugo, el anónimo, como era antes de que toda aquella locura se desatase.

Elsa se hizo de rogar. Se retrasó más de media hora respecto a la hora indicada en la invitación. Al sonar el telefonillo, suponiendo que sería ella, Hugo empezó a ponerse nervioso. Los dados estaban en el aire. En unos instantes conocería su puntuación.

Tras abrir la puerta del portal, esperó junto en la entrada a que llamase. Sonó el timbre. Hugo respiró hondo y abrió. Al hacerlo, se encontró con ella de frente, tan atractiva y sencilla como siempre.

—Hola.

—Hola. Pasa, por favor. —Tras la invitación la joven entró en la estancia y se percató del romántico escenario que Hugo había organizado.

—¿Qué es todo esto? —preguntó. La expresión de su cara reflejaba seriedad y cansancio al mismo tiempo.

—Es nosotros. Esto es aquel rincón donde nunca llegamos a estar juntos. El lugar que no espera, donde tú y yo podremos ser felices.

—Hugo, ha pasado mucho tiempo. No sé a qué viene esto ahora.

—Viene a que el otro día te vi y removiste cosas en mi interior que creía muertas. Te echo de menos. —Hugo estaba emocionado y hablaba con rapidez—. Y quiero que me des una oportunidad. Que volvamos a viajar en cohetes, que nos enviemos videos con mensajes ocultos, que me mandes poemas… Todo eso que tú y yo hacíamos y tan nosotros era.

Elsa se quedó unos segundos en silencio mirando las películas en dvd que cuidadosamente había colocado Hugo en la mesa. Cogió una de ellas.

—¿Te acuerdas de cuando me recomendaste ver esta película? —preguntó mostrándole la carátula de Like Crazy.

—Sí, como si fuera ayer.

—¿Recuerdas lo que me dijiste? ¿Por qué debía verla?

—Porque es realista y complicada.

—Exactamente —afirmó ella—. No quiero engañarte. Yo ya no quiero nada ni realista ni complicado. Quiero soñar, Hugo. Pero no quiero sueños que llegan dos años tarde. Quiero sueños que vengan a mí en cuanto cierre los ojos.

—Elsa… —interrumpió Hugo.

—Déjame terminar, por favor —pidió ella—. Voy ser clara contigo. Yo no quiero ser tu capricho. No quiero ser la chica que te espera leyendo nuestros libros y viendo nuestras películas en este rincón mientras tú inviertes todo tu tiempo en mostrarle al mundo tu vida de emprendedor de éxito —Elsa echó un vistazo a su alrededor—. Quiero salir, coger de la mano a mi persona especial y volar. Que hablen de nosotros, escriban libros e incluso hagan películas de amor, de las malas, llenas de cursilerías y escenas fantasiosas. —Dirigió su mirada a Hugo —. Tú no fuiste capaz de darme eso. Y menos ahora.

—Bueno, tampoco me has dejado intentarlo —respondió él molesto—. Supongo que tu reacción tiene algo que ver con  el chico con el que sales ahora.

—Es verdad que estoy con alguien. Y no quiero que le juzgues, no tienes derecho. Es una persona que me quiere y me hace feliz. Es lo único que debes saber —Elsa suspiró. Espero unos segundos antes de continuar—. No voy a mentirte. Siempre te recordaré, fuiste parte de mi vida mucho tiempo. Pero yo ya he pasado página. Tú, por lo que veo, nunca lo hiciste. Tapaste todo lo que pasó bajo montañas de éxito, lujo y excesos.

—Creo que no me estás entendiendo —apuntó Hugo.

—Te recomiendo que este sea tu rincón —interrumpió Elsa haciéndole caso omiso—, que te encierres y cicatrices todas las heridas que aún tienes abiertas.

—Eso solo podrías hacerlo tú. Lo sabes perfectamente. 

—Me tengo que ir. Nunca te olvidaré, aunque deberías ser consciente de que nuestros caminos se separaron hace tiempo.

—Estoy poniendo todo de mi parte para juntarlos de nuevo.

—Saca todo esto a relucir, muéstrale a la gente cómo eres en realidad, cómo eras conmigo. Te devolverán multiplicado por mil todo el cariño y el amor que les des. Estoy segura.

Tras estas palabras, Elsa le acarició la mejilla y se dirigió a la entrada de la vivienda.

—¿Sabes? —dijo antes de abrir la puerta—. Has llenado tu piso de frases, vídeos e ilusiones y, aunque no lo creas, pienso que nada de eso fue mejor que aquello construimos, solos, tú y yo. —Tras estas palabras, dedicó a Hugo una última sonrisa cargada de cariño y ternura—. Cuídate mucho. 

Cuando se quedó solo, Hugo permaneció inmóvil unos segundos. Se sentía estúpido por haber intentado impresionarla así. Aquella noche, vio una tras otra las películas que había comprado. Le recordaron a Elsa, pero ella ya no estaba. Y a él le tocaba pasar página.

Al amanecer, decidió deshacerse de todo aquello. No tenía sentido guardarlo. Le ardía la cabeza. No era despecho, era la tediosa sensación que invade a quien se da cuenta de que se ha equivocado.

Pasaron las semanas y Hugo no olvidó aquel punto de inflexión. La noche más mágica había sido la noche en que todo se acababa. Ahora, le tocaba empezar de nuevo y atrás quedaría su vida de excesos, derroche y superficialidad.

Desde su último encuentro con Elsa, cambió sus prioridades. Ahorraba las ingentes cantidades de dinero que ganaba gracias a su aplicación y se sumó a numerosos proyectos sociales que le permitían dedicar parte de su vida a los demás y no pensar solo en él mismo. Este comportamiento le sumó un gran número de apoyos entre sus seguidores que, en mayor o menor medida, creían que la persona se había convertido en un personaje, y le dotó de humanidad. Una humanidad que no experimentaba desde su ruptura con Elsa.  Aquel fue el último regalo que le hizo. Seguramente, consciente de la repercusión que tendrían sus palabras en Hugo, Elsa había tenido un último gran gesto con el joven. Le había enseñado que la vida que había estado llevando reflejaba todo menos amor puro y sincero hacia él mismo. Y si no se amaba, nunca podría dedicar ese sentimiento a otra persona.

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