Trazados

Mi nombre es Mateo, tengo treinta años y estoy enamorado de la vida. Me dedico a pintar cuadros para venderlos al mejor postor. No lo hago solo por el dinero sino porque me gusta pintar y se me da bien; así que he hecho de la pintura mi modo de vida. No soy de esos artistas modernos que visten a la última y se dejan ver en los bares de moda de Madrid. No. Soy de los que pasan el día en camiseta y vaqueros, bebiendo, fumando y, por supuesto, creando. De los que hacen el amor a sus musas y rastrean las calles buscando desnudos que inmortalizar.
Hace años, no hubiese imaginado mi vida sin Claire; ella lo fue todo para mí: musa, amante y amiga. Durante cinco años, fuimos la envidia de las historias de amor. Solíamos pasar el tiempo como mejor sabíamos: yo la pintaba y ella se dejaba pintar. Creía que éramos felices, hasta que decidió irse a Londres y tirar mi corazón al contenedor de deshechos orgánicos.
Conocí a Claire en la universidad. Ambos estudiábamos Economía; ella por amor a los números, yo obligado por mi padre, que no quería ver a su hijo dedicándose a pintar monigotes. Nuestra historia empezó un día cualquiera en clase, cuando le hice un garabato dedicado con una sencilla pregunta: «¿una cerveza después de clase?». Doblé el papel y lo lancé hasta su sitio. Cogió tímidamente aquel arrugado folio y lo desdobló. Se quedó mirando el dibujo con atención, eran unas simples líneas, sin luces ni sombras, que intentaban definir en muy pocos trazos su silueta de perfil tomando los apuntes del profesor. Me miró, sonrió y nada más. Al acabar la clase, cuando me disponía a recoger los apuntes llenos de dibujos y tachones, alguien me tocó suavemente el brazo. Era Claire, me preguntó si seguía queriendo tomar esa cerveza. Acepté sin dudarlo.
Hizo falta poco más que esa primera caña de contacto para que me enamorase de ella, aunque tampoco fue muy difícil. De pelo rizado y castaño, ojos verdes y fina complexión, Claire había heredado los rasgos físicos de su madre, de procedencia argelina y la elegancia y savoir faire de su padre, de origen francés. Juntos crearon la perfecta armonía femenina, que quedó recogida en ese pequeño frasco de perfume exótico que a mí tanto me gustaba y que tan a menudo disfrutaba. No solo soñaba con pasar días y noches retratándola desnuda entre mis sábanas, sino que quería encerrarla en mi casa y no compartir con el mundo ese tesoro que tanto me inspiraba. Ella era el objetivo de mis pinceladas. Ella era mi arte. Ella era mi vida.
Tras cinco años de relación, todo marchaba sobre ruedas. Y por fin, parecía que mi sueño de dedicarme a la pintura se haría realidad. Aún recuerdo lo eufórico que salí de la entrevista con los dueños de la galería Art4U. Me habían citado interesados por mi obra, de la que habían tenido conocimiento por una muestra de mi colección que les envié por correo. Les había gustado mucho y querían exponer mis cuadros. Empezaríamos con algunas piezas que se mostrarían en la galería durante tres meses. La inauguración sería en diciembre. Seguía sin creérmelo, era la primera vez que se reconocía mi arte a nivel profesional. Sentía que era el principio de algo importante, que mi vida como pintor empezaba realmente.
Arranqué mi vieja moto, que había dejado aparcada de mala manera en la puerta de la galería y me dirigí a mi piso. Cuando llegué a casa me encontré mi pequeña cueva tal y como la había dejado. Vivía en un tercero sin ascensor donde ni el orden ni la intimidad tenían cabida. Estaba deseando informar a Claire acerca de mi entrevista. Dudaba si llamarla o esperar a darle la buena noticia en persona. Decidí llamarla, no podía esperar más. Tras tres tonos, descolgó:
—Dime, Mateo —dijo con brusquedad.
—¿Qué tal tu día, amor? Tengo algo que contarte.
—Yo, también —Me quedé sorprendido por su respuesta.
—Bueno, dime tú primero, Claire. Seré caballeroso por esta vez —dije intentando dominar la situación, aunque en mi interior sentía que algo no iba bien.
—Mateo, me voy a Londres, me han ofrecido trabajar en uno de los mejores bancos del país. Es una oferta muy interesante y creo que no debo dejar escapar esta oportunidad.
—¿Londres? ¡Me encanta esa ciudad! ¿Cuándo nos vamos? —Dejaba de lado la galería, mi futuro como artista, todo, con tal de no alejarme de ella.
—Me voy sola, Mati, necesito pasar página. No quiero ser toda mi vida el objeto del arte de otro. Necesito recorrer mi propio camino, tener un novio normal, que viva con los pies en la tierra. Tener un trabajo que me llene, llevar mi propia vida…
No llegué a oír como acababa la frase. Se me cayó el teléfono de las manos. No pude controlarlo, era incapaz de escuchar más; se me había parado el corazón.

Cancelé la presentación de mis cuadros en diciembre, no era capaz de hacerlo. Desde que Claire se marchó me sentía vació por dentro, como si con ella se hubiera ido mi talento, mis ganas de pintar, todo. Habitaba de noche recorriendo bares en busca de remedios que me permitiesen sobrevivir a las largas y solitarias noches de invierno. No quise saber de nadie, ni de las viejas amistades ni de los colegas de la facultad; nadie podía ocupar su lugar, solo la necesitaba a ella. Ella, que se había llevado mi felicidad, sería la única capaz de volver a despertar al artista que llevaba dentro.
Una noche todo cambió. Al volver de madrugada a casa, encontré la puerta de mi piso abierta de par en par. Me extrañó, pero por aquel entonces vivía inmerso en una vorágine de oscuridad y excesos en la cual ese tipo de despistes me sucedían a menudo. Cerré la puerta tras de mí y encendí la luz. Me sobrecogí al ver que en mi sofá dormía boca abajo una chica. No parecía peligrosa, pero no entendía como había llegado hasta allí.
—Oye, despierta —dije tocándole el brazo con cautela ante una posible reacción violenta por parte de la chica. Ella ronroneó y se giró estirándose mientras me dedicaba una dulce sonrisa.
—Hola… —me saludó perezosa
—Hola —respondí secamente. Seguía sin entender qué estaba pasando y qué hacía esa chica en mi casa.
—No sé qué haces aquí, ni quién eres. Esta es mi casa y creo que me debes una explicación.
—Perdona, no me he presentado, soy Rita. —La observé unos instantes. La chica era realmente guapa tenía el pelo rubio alborotado y unos grandes ojos azules. Vestía una camisa de franela a cuadros y unos vaqueros rotos que le quedaban increíblemente bien.
—¿Nos conocemos de algo? —pregunté algo más tranquilo sintiendo que Rita era una intrusa inofensiva.
—Yo si te conozco Mateo, digamos que soy algo así como tu admiradora secreta. —Me guiñó un ojo.
—Te dejaste la puerta abierta y decidí esperarte aquí para que nos conociésemos de una vez por todas.
Fue surrealista la situación en mi pequeño salón aquella noche, pero para mí fue lo mejor desde hacía mucho tiempo. Rita era guapa e irradiaba despreocupación por los cuatro costados; despreocupación condimentada con una pizca de misterio que le hacía tremendamente atractiva. Estuvimos hablando de todo y nada hasta que las tímidas luces del alba entraron por mi ventana. Fue la primera vez en meses que me reía tanto con alguien. Era realmente divertida. Me desperté a mediodía y observé a Rita preparándose un café en la cocina. Me incorporé en el sofá.
—¡Buenos días! —dijo sonriente—. Me he tomado la libertad de preparar algo de desayunar. Espero que no te importe.
—Está bien, no te preocupes —respondí mientras me dirigía al baño. Al salir, encontré a Rita de pie sosteniendo una taza de café entre sus manos y observando los retratos que tenía esparcidos por el salón.
—Es Claire, era mi novia —le expliqué.
—Es muy guapa —contestó Rita —. ¿Solo la pintas a ella? Quiero decir, ¿nada de paisajes u otra gente a la que retratar?
—Solo a ella. Me inspiraba, no sé, si no es a ella soy incapaz de pintar. Era algo así como mi musa.
—Bueno, puedo ser yo tu nueva musa si quieres —propuso Rita poniendo morritos y adoptando una postura sexy a la vez que cómica. No pude evitar sonreír ante su propuesta.
Rita no salió de mi casa desde la noche que nos conocimos. Fue un soplo de aire fresco en mi vida. Me animó a volver a pintar pero me hizo prometer que no solo la retrataría a ella. Decía que había muchas cosas bellas que inmortalizar en este mundo y no quería acaparar mis pinceladas.
Me encantaba, era realmente increíble y poco a poco me iba conquistando. Cuando le proponía retratarla, me vendaba los ojos, se desnudaba y me hacía recorrer con lentitud todos los rincones de su cuerpo. Rita tenía la teoría de que el pintor debía sentir lo que pintaba, no simplemente verlo, para poder así expresar toda su belleza. No encontraba mejor manera de poner en práctica su teoría que hacerme disfrutar de su cuerpo oliéndolo, saboreándolo, tocándolo… Así luego trazaba las líneas que dictaban mis sentidos y definían su cuerpo. Llené la casa de bocetos, lienzos y, por supuesto, retratos de Rita. Mi arte resurgía y todo se lo debía a ella. Rita había sabido inspirarme como hacía tiempo que nadie lo hacía. Era mi nueva musa y no quería perderla, la necesitaba en mi vida.
Una mañana, mientras permanecíamos tumbados sobre la cama noté a Rita diferente. Estaba menos alegre que de costumbre y sus ojos reflejaban melancolía.
—¿Va todo bien, Rita? —le pregunté preocupado.
—Sí. —Su tono de voz denotaba tristeza—. Mateo, ¿sabes que eres un artista increíble, no?
—Gracias a ti, si no fuera porque te has volcado tanto conmigo… —Acaricié suavemente su mejilla—. No me abandones nunca, sin ti nada de esto funcionaría —le pedí antes de darle un beso.
—Mateo, mira a tu alrededor. Los hermosos cuadros que nos rodean los has pintado tú, yo no he tenido nada que ver. —Observé lentamente cada una de las obras—. Tú eres quien ha creado todo esto. Eres un pintor con un gran potencial, no hay musa que te haga valer más. Tu arte está dentro de ti, en nadie más. No lo olvides.
Yo la escuchaba de espaldas mientras seguía mirando los cuadros. Me besó el cuello. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me giré esperando poder responder con un beso aún más electrizante cuando, para mi sorpresa, Rita había desaparecido. «Tu arte está dentro de ti, en nadie más. No lo olvides» sonó su voz en mi cabeza.
Me costó un tiempo asimilar lo que había pasado con Rita. Nunca antes había creído en fenómenos paranormales. Aunque al principio dudé de que hubiera sido un fantasma, llegué a la conclusión de que ella no existía, que simplemente debía haber sido fruto de mi imaginación. No sabría cómo explicarlo, pero algo en mi interior me decía que así era. La teoría con la que justifiqué mi historia con Rita fue que ella estaba dentro de mí y había decidido jugar con mi mente y mis sentidos para darme una lección: «tu arte está dentro de ti, en nadie más. No lo olvides».
Si Rita no había existido, si todo había sido fruto de mi imaginación, había sido capaz de olvidar a Claire y había aprendido a sacar mi potencial como pintor a relucir yo solo, técnicamente. Todo era bastante enrevesado pero, de una manera u otra, había pasado página. Y esa sensación de haber superado mi historia con Claire y pintar de nuevo, me hacía sentir aliviado.
Poco a poco, mi vida volvió a la normalidad. Seguí pintando y conseguí colocar algunos cuadros en un par de galerías de la ciudad. A día de hoy, puedo presumir de vivir de la pintura, algo que no es nada fácil.
Soy feliz con la vida que llevo y me gusta ser quien soy. Debo decir que recuerdo con cariño a Claire, a pesar de todo el dolor que me causó. Gracias a ella, aprendí una importante lección: por mucho que quieras a alguien o te quieran, todo tu arte, tus capacidades, todo lo que vales, depende solo y únicamente de ti.

Muy bonito!! Javi. Un abrazo
Mercedes Pastor Turullols
Muchas gracias 🙂